Pasear por un jardín

 

Caminar sin rumbo, sin prisa, perderme entre los árboles cada vez me gusta más pasear por un jardín. Así es como practico la fotografía de jardines, que este año comencé con una escapada a Madrid en primavera, un paseo por los jardines del Campo del Moro, a los pies del Palacio Real y en pleno corazón de Madrid, donde puedes pasear sin cruzarte apenas con nadie cualquier día laboral de principios de marzo.

 

PASEAR POR UN JARDÍN. SEA DONDE SEA

 

De allí puedes saltar al templo de Debod y continuar el paseo hacia el parque del Oeste para encontrar los primeros cerezos en flor. Y si tienes ganas de más, la visita obligada es El Capricho, los jardines creados por los Marqueses de Osuna, un jardín histórico del siglo XVIII con estanques, lagos, templetes, puentes y esculturas, que son un deleite para la vista, especialmente en pleno “Hanami” primaveral, una explosión floral, que contrasta con la sobriedad de las largas hileras de cipreses que apuntalan con su verde oscuro el cielo de Madrid.

 

Ya de vuelta en Cantabria, en un descanso durante una boda de abril en la Finca de San Juan, no puedo resistir la tentación de hacer unas fotos del parque con la última luz de la tarde.

 

Un tiempo después, ya avanzado el verano, una escapada fotográfica a Gijón para visitar el Jardín Botánico del Atlántico con mi amiga Verónica. Paseando por sus veredas y contemplando sus árboles centenarios recuerdo un viaje de niña para visitar a mi tío Manolo y conocer su herbario en la Universidad Laboral de Gijón, el proyecto de investigación botánica al que ha dedicado toda su vida. Este año cumplió los 100 años y sigue tan lúcido como siempre, un ejemplo de trabajo y dedicación a su gran pasión.

 

El verano toca a su fin y visito el jardín silvestre de mi amiga Berenguela, un pequeño paraíso perfectamente integrado en el paisaje de Cantabria, donde el huerto y el jardín conviven en armonía al más puro estilo inglés. Aprovecho para retratar a Berenguela en su taller, rodeada de lienzos y pinturas y vuelvo a casa feliz con un hermoso ramo de dalias y una cesta de pimientos y piparras recién cogidos de su huerta. Así da gusto ir de visita.

 

Ya terminada la temporada de bodas en Cantabria, lio a Cecilia para visitar Sevilla. Estamos a finales de otoño. Nos asomamos a los jardines del Alcázar, donde el árbol del amor (Cercis Silquastrum) derrama su lluvia de flores y en los patios las naranjas ruedan por los suelos. Visitamos la Casa Pilatos y nos sentamos al sol, al fin solas. En el patio solo el agua de la fuente rompe el silencio de la mañana entre los setos de boj y las últimas flores de la temporada.

 

Paseamos por las orillas del rio y nos despedimos de Sevilla en su Cartuja, entre olivos y palmeras y un enorme árbol de la lluvia, un tamarindo (Samanea Saman), que me trae el recuerdo de un viaje a Kerala.

 

Nos vemos en el próximo jardín…

 

Lucía Laínz