París era una fiesta

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Una fiesta para los sentidos. Pasear por sus calles, avenidas y bulevares, con mi cámara al cuello y el gatillo siempre dispuesto a disparar. Imposible capturar tanta belleza en una escapada improvisada de tan solo cuatro días.

 

Todo surgió de repente y por casualidad. Que mi amiga Inés fuera a estar este año trabajando en la Paris Photo Fair atendiendo el stand de la Fundación de Amigos del Museo del Prado, fue una buena disculpa para liar a mi hija Cecilia y viajar a París.

 

Llegamos un martes por la tarde al pequeño apartamento de Philippe Pepin, un super anfitrión de Airbnb muy francés y muy amable, que todas las mañanas nos dejaba en la puerta croissants recién hechos y media baguette para desayunar.

 

Salimos a disfrutar de nuestra primera noche de luna llena en Paris, un chardonnay en la terraza del Lutetia en la isla de St Louis y un paseo hasta el primer restaurante que nos habían recomendado y de cuyo nombre no quiero acordarme, pues la cena para dos se convirtió en un matrimonio de tres, como el de Lady Di, pero en lugar de Camila, nuestra acompañante fue una cucaracha que paseaba feliz por el mantel. No todo iba a ser lujo y glamour parisienne.

 

Superado el primer contratiempo a la mañana siguiente dirigimos nuestros pasos al Museo del Louvre. Llegamos tempranito y entramos sin hacer cola para ver la exposición “Les Choses” dedicada al mundo de los objetos, una selección excelente de obras de artistas de todas las épocas y estilos que fijaron su atención en el mundo de las cosas, desde bodegones de Sanchez Cotán a la habitación de Van Gogh, pasando por floreros de Arellano o Fantin Latour, y enormes lienzos de pintores contemporáneos inspirados en el mundo consumista en que vivimos. La relación del hombre con los objetos a lo largo de la historia del arte, como propietarios, depositarios, comerciantes, coleccionistas, acumuladores, avaros...

 

Excelente exposición para iniciar un recorrido sin rumbo y perdernos por las salas del museo, evitando los puntos calientes como “La Gioconda” para no hacer cola, hasta llegar a las desiertas salas dedicadas al arte africano y allí encontrarnos con el enanito de Amélie en versión afro, una premonición de lo que sería una constante en nuestro vagabundeo parisino.

 

Y así fue que en cada rincón donde yo veía una foto le pedía a Cecilia que se detuviera un momento. La pobre terminó tan harta de ejercer de enanito de Amélie, que finalmente se negó a posar para mí, porque ser modelo a tiempo completo para una madre fotógrafa puede resultar un suplicio.

 

Así que busqué otros motivos que fotografiar, que en París no faltan, y me centré en las estatuas que no protestan, los parques, las nubes, las casas y las gentes que pasean por París.

 

La tarde la pasamos disfrutando de todas las maravillas que alberga el Musée D’Orsay, de Rousseau a Van Gogh, pasando por Cézanne, Degas, Renoir, Lautrec y todos los grandes del impresionismo allí reunidos, hasta llegar a la impresionante Puerta del infierno de Rodin donde me senté un rato recordando a su discípula y amante Camille Claudel y su triste destino de reclusión e incomprensión, tan bien relatado por Michele Desbordes en su maravilloso libro “El vestido azul”. Otra gran artista maltratada por la historia.

 

Seguimos el recorrido disfrutando de las joyas del diseño Art noveau y Art Decco en muebles, cerámica,textil, joyería, cristal... Una pasada, imposible asimilar tanta belleza en una sola tarde.

 

El segundo día recorrí con Amélie los parques y jardines parisinos. El Jardin des plantes estaba en nuestra misma calle, así que madrugué para pasear sola a primera hora de la mañana. Luego fuimos paseando hasta los Jardines de Luxemburgo y tras comer un menú en un pequeño bistró del barrio, pasamos por la mítica plaza de Saint Sulpice antes de embarcarnos al pie de la torre Eiffel en un turístico paseo por las aguas del Sena en el que tuve una “dispute” con Amélie, que se negó rotundamente a posar más para mi. C’est la vie...

 

El tercer día dedicamos la mañana a la feria Paris Photo y visitamos a Inés en su stand de la Fundación de Amigos del Museo del Prado, dónde capture la foto de Pierre Gonnord ocultándose tras su retrato del Cuervo. Me hizo gracia porque en Paris abundan los cuervos y se los ve gordos y lustrosos.

 

La mañana se pasó volando pues había tanto que ver... Desde los grandes maestros de la fotografía clásica hasta fotógrafos emergentes con trabajos muy interesantes, fotografía japonesa, mucha foto intervenida, instalaciones, fotolibros maravillosos. Me gustó especialmente uno titulado “good hope” de Carla Liesching, que estaba entre los 10 nominados a mejor fotolibro del año.

 

Borrachas de tanta fotografía nos fuimos a comer con Inés a un bistró cercano y reponer fuerzas antes de caminar hasta la antigua Bolsa de comercio hoy sede de la Colección Pinault, un espacio singular que ha sido renovado y adaptado para convertirse en un templo del arte contemporáneo donde los visitantes fluyen de sala en sala en una gigantesca espiral que asciende hasta la cúpula del edificio, desde la que puedes asomarte al gigantesco patio interior circular donde una gran pantalla muestra una pieza audiovisual de Anri Sala. Una maravilla en todos los sentidos que no deberías perderte si vas a París próximamente.

 

Y así llegamos a nuestro último día. Nada mas salir de casa cruzamos un pequeño parque llamado Arenas de Lutecia, restos de un antiguo circo romano donde nos encontramos a un “toreador” practicando ejercicios de tauromaquia, otra sorpresa inesperada en nuestro paseo matutino desde la isla de San Luis hasta el Centro Pompidou, pasando por la Plaza de los Vosgos. Una pena tener que marchar de esta ciudad única donde cada calle, cada plaza, cada rincón, esconde alguna maravilla.

 

Aquí os dejo mi particular homenaje fotográfico a la ciudad de la luz. Espero que os guste y con él os deseo unas felices fiestas llenas de buenos momentos que fotografiar.

 

 Lucía Laínz 2022