Del latín “álbum”, lo blanco. Así llamaban en la antigua Roma a las tablillas o encerados blancos, donde los funcionarios daban a conocer sus edictos al pueblo.
Otra acepción del término álbum, que se ajusta más al concepto de lo que para mí significa es la de “Libro de memoria”.
También se entiende por Álbum el conjunto de hojas encuadernadas para recoger dedicatorias, dibujos o versos escritos por los amigos a petición del propietario, “Album amicorum”, es lo que hoy entendemos por libro de firmas y que se popularizó en Alemania en el siglo XVII en algunas universidades para recoger las firmas de colegas de otros países.
Nuestro diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define así:
Del lat. Álbum, “encerado blanco”
1-m. Libro en blanco generalmente apaisado y encuadernado con más o menos lujo, cuyas hojas se llenan con breves composiciones literarias, poesía, piezas de música, firmas, retratos, etc.
2-m. Libro en blanco de hojas dobles, con una o más aberturas para colocar en ellas fotografías, grabados, etc.…
3-m. Estuche o carpeta con uno o más discos sonoros.
Hay pues muchas clases de álbumes según su contenido. Todos hemos hecho alguna vez un álbum de cromos o hemos puesto una dedicatoria en un álbum de firmas, pero el que ahora nos interesa es el álbum fotográfico.
Personalmente inicié mi pasión por la fotografía a la vez que mi primer álbum de fotos. El destino natural de las fotos en aquella época era el revelado y copiado en papel para ser guardadas en un álbum. Recuerdo las tardes de invierno en casa de mis padres hojeando los viejos álbumes familiares. Preguntando quién era el retratado o dónde se tomó la foto, y escuchando anécdotas de la historia de cada uno.
Creo que los fotógrafos tenemos pasión por las historias ajenas y esta curiosidad insaciable es la que nos lleva a la práctica fotográfica.
Somos contadores de historias, de la nuestra y de las que se cruzan en nuestro camino. Y así comencé a fotografiar y llenar álbumes con la historia visual de mi vida allá por 1980. Recién acabado el instituto, me fui unos meses de au pair a Inglaterra y en mis ratos libres fui haciendo con cartulinas de colores las páginas del que sería mi primer álbum. En ellas pegaba las fotos que hacía con la Nikkormat de mi padre, los recortes de revistas, letreros, entradas, dibujos y todo lo que no quería olvidar.
Buenos tiempos para la lírica y desde entonces hasta hoy, fotos y álbumes han viajado conmigo.
En estos extraños días de cuarentena en que a algunos nos da por hacer limpieza, he repasado mi vida desde los 17 años hasta ahora, que acabo de cumplir 57, como si de una película muda se tratase, pasando páginas cual fotogramas de un film hecho a base de fotos y recortes, una completa biografía visual contenida en 44 álbumes en los que se recogen muchos de los mejores momentos vividos en estos últimos cuarenta años.
Y como decía mi madre y yo le repito a mis hijos, que no esperen de mi otro legado que un montón de buenos recuerdos.
Y para eso están los álbumes, el hábitat natural de las fotografías, para guardar nuestros recuerdos.
Álbumes de viajes encuadernados con un papiro que vino de Egipto, comprados en una pequeña librería en Siena, en un mercadillo en Kathmandú o encuadernados con un resto de tela.
Cada uno conteniendo una historia distinta, un viaje, una celebración, esperando que alguien levante la tapa para revivir aquellos momentos, la magia de la fotografía bien guardada para otros ojos, que cuando ya no estemos seguirán recordando nuestra vida.
El álbum como objeto de arte, como archivo de vivencias, como registro visual de una época pasada, cumple una función social importante que debemos preservar.
Pero esto daría para otra entrada en el blog y no quiero aburrir, sólo animaros a seguir pasando a papel vuestras mejores fotografías y guardarlas en un bonito álbum. Los discos duros a veces fallan y en los móviles se pierden. En el futuro aparecerán otros soportes, pero el álbum ha llegado hasta nosotros desde la antigua Roma y espero que lo haya hecho para quedarse.
Gracias por estar ahí.
Lucía Laínz