Hoy la cosa va de jardines y jardineros porque hace unos días tuve el placer de visitar la Finca Puente San Miguel, un Jardín Histórico propiedad de la familia Botín-Sanz de Santuola, que en 10 hectáreas, alberga multitud de especies arbóreas plantadas a lo largo de varias generaciones desde que Marcelino Sanz de Santuola creara el primer jardín con una filosofía que han mantenido en el tiempo, dejar que los árboles crezcan en total libertad llegando con sus ramas hasta el mismo suelo. Se ve que Don Marcelino era un jardinero sabio y estaría de acuerdo con mi amigo Marcos Díez, que en su último artículo publicado en el Diario Montañés nos dice:
“Cultivamos jardines con la ilusión de que podremos imponer nuestro orden a leyes que no hemos escrito nosotros, leyes a las que no queremos obedecer y que no nos obedecen. El jardinero aspira a intervenir en lo natural para domar sus reglas caóticas, para decir: “Mando yo”, para crear la ilusión de que puede dominar lo inesperado. Es una batalla sin cuartel en la que el jardinero nunca puede detenerse porque si se detiene la naturaleza lo pasa por encima.”
Por eso los jardineros sabios prefieren no podar sus árboles, no intentar domarlos y esperar con paciencia para disfrutarlos en todo su esplendor.
“Los buenos jardineros dejan a un lado su vanidad y su soberbia porque han sido humillados muchas veces y saben que no queda más remedio que bailar con la naturaleza, adaptarse a sus ritmos, tolerar sus exigencias, mostrarse sumisos ante su poder, sentirse insignificantes, obedecer sus reglas.”
Coincido totalmente con la opinión de Marcos y más aún después de haber disfrutado de un paseo matutino por este jardín del Edén donde, paseando con mi hija Cecilia, mi modelo favorita, me he sentido en la gloria a la sombra de un Gingko Biloba cuyas ramas descansan sobre la hierba, admirando un Cedro del Atlas que alcanza el cielo o aspirando la fragancia de una Magnolia centenaria.
Un jardín para perderse, para caminar por la avenida de los alcornoques, mojarse los pies en el estanque de los espejos, admirar el laberinto de Boj y su pérgola de rosales trepadores o relajarse en el cenador del lago.
Un placer para los sentidos y un privilegio para cualquier fotógrafo, el escenario perfecto para realizar este breve reportaje dedicado a Cecilia, mi niña bonita de cara tristona, la ninfa del estanque, la dama del lago, mi inspiración y paciente modelo.
Gracias.